DOMINGO 05 DE MARZO DEL 2017 | 06:00
El Caso Odebrecht ha puesto el espectáculo de la anticorrupción y de la moral pública a prueba de fuego…
(Foto: EFE) |
Analista político
Como la corrupción se ha vuelto en el Perú moneda corriente y la anticorrupción también, la cruzada de valores de estos días adquiere, en la política, la triste dimensión del espectáculo.
Las destrezas que despliegan, por ejemplo, mosqueteros y mosqueteras de la moral, de capa y espada, otrora tenaces perseguidores de la corrupción, que de pronto no tienen corrupción a la cual perseguir, pues la nueva que salta a sus ojos, los envuelve también desde adentro o desde afuera, como una ostra.
El espectáculo de quién persigue a quién se impone sobre el templado tejido de la impunidad y esta sobre la débil y tímida estructura de la anticorrupción. No hay manera de que esta diabólica pirámide pueda revertir su jerarquización.
Alejandro Toledo, Ollanta Humala, Nadine Heredia, Susana Villarán y Verónika Mendoza fueron perseguidores de la corrupción hasta el fin del mundo. Hoy son los actores estelares de investigaciones fiscales y judiciales por sobornos y “aportes de campaña” que comprometen sus gestiones políticas y responsabilidades ciudadanas.
Los llamados que todos ellos hacen hoy a la justicia, hablando bien o mal de ella, no los hicieron cuando, a su turno, tuvieron que elegir los ejes motivadores de sus respectivos grandes espectáculos anticorrupción.
Toledo eligió a rabiar el fujimontesinismo. Humala el fujiaprismo a morir, en la cabeza de Keiko y García. Nadine Heredia alentó un proyecto electoral propio dirigido a matar dos aves de un tiro: Keiko y García.
La famosa megacomisión parlamentaria destinada a encarcelar a García no terminó en otra cosa que en mostrarnos el fustán de la “reelección conyugal” que ella vestía con Humala desde el ejercicio proselitista de la presidencia.
Villarán, en lugar de ponerle un segundo piso a la gestión de Luis Castañeda, optó por destruirla, más allá de los aciertos y errores que pudo encontrar y corregir. Su campaña del No a la revocación, la puso en el pináculo de la doble moral. Lima perdió tanto como ella en su pobre paso por el poder municipal.
Mendoza va más allá: pretende refundar la República a partir de una “nueva moral”, olvidando que fue cogestora de Heredia de los sospechosos “aportes de campaña” venezolanos del 2006 y apuntadora de las agendas de la ex primera dama que registran los vericuetos del dinero de Odebrecht, el 2011.
El Caso Odebrecht ha puesto el espectáculo de la anticorrupción y de la moral pública a prueba de fuego: quienes ayer exhibieron las manos limpias no pueden exhibirlas hoy. ¿Y qué va a pasar mañana con quienes no tengan las manos limpias hoy? ¿Igual las exhibirán como limpias?
El gobierno de Pedro Pablo Kuczynski, si quiere terminar más o menos bien, tiene que alejarse del pernicioso espectáculo de quién persigue a quién, para tomar el toro por las astas, es decir el control del Estado, como se lo ha dicho, le guste o no, Hernando de Soto. Es el control del Estado por el presidente lo que nos hace gran falta.
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